UN CHUFLO CADA MEDIA HORA
Necesitaba un respirador para seguir viviendo. Eso es lo que
escuché al grupo de médicos que hablaba a la puerta de mi box de urgencias. Yo
que siempre dije que no necesitaba aire para respirar, que no necesitaba a
nadie para vivir. Me preguntaba cuánto costaba un respirador. Supongo que no
debe ser un aparato caro para un hospital. Si era preciso, alguien de mi
familia podía ir al cajero más cercano y sacar dinero para comprar alguno,
aunque sea de segunda mano. Había oído esos días que no se trataba de dinero. El
dinero que todo lo puede, a veces se le resiste lo más simple, lo que no tiene
valor.
- - Cándido, Cándido. Despierte. Le vamos a poner un chuflo de broncodilatador. No podemos hacer nada más por el momento. Estamos esperando un respirador. Tendré que ponerle esto cada media hora hasta que llegue. Usted trate de respirar profundamente.
Desperté y vi que me habían trasladado a la UCI. No sé
cuánto tiempo llevo aquí, pensé. Lo único que sé es que no tengo apenas aire en
mis pulmones y que estoy fatal.
- - Cándido. Venga, otra vez. El inhalador. Hay que enchufarlo cada media hora. Hay que seguir.
No supe nunca quien fue quien estuvo entrando y saliendo
toda la noche para atizarme aquello que ella llamaba chuflo. Era una mujer embutida en un traje blanco como los que se ven por la televisión. Tienen pinta de buzo, pero sin aletas. No sabía su
nombre, ni cómo había llegado a trabajar en el hospital, ni si vivía cerca o
lejos, si tenía familia, si podía volver a casa o si era un ángel que se me
había aparecido esa noche. Tampoco era importante porque cualquiera de las
enfermeras de la UCI me habría tratado igual. Ellas no hacen distingos con sus
pacientes. Mayores, jóvenes, maduros, pobres o acomodados. Me sentí tratado
como un ser humano, despojado de todo lo que la sociedad nos da o nos quita.
Como cuando estás en una playa sin chiringuitos, ni paseo marítimo, el mar y
tú. Estar vivo en medio de la inmensidad.
Llegó el respirador a primera hora de la mañana. Pudieron
ponerme la máscara que me ayudó a estar mejor. Después de cinco días, abandoné
la UCI. Pregunté muchas veces por el nombre de aquella mujer que estuvo
entrando y saliendo para darme un chuflo cada media hora. No me lo dijeron.
Pudo haber sido cualquiera de los que estaban allí. A ellos no les importaba. Yo
jamás lo olvidaré.
© Gaelia 2020
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