SOLDADOS EN EL RECUERDO



Santibáñez me susurró desde fuera de la tienda que me tocaba relevarle en el puesto de guardia. Llovía el típico xiri-miri norteño y corría un viento que helaba la piel, en aquella noche del mes de diciembre de 1987.  Me incorporé inmediatamente como pude. Cogí mi fusil y me dispuse a pasar las siguientes dos horas de aquella noche procurando que la guerrilla no nos cogiera por sorpresa, como hacía dos días. Santibáñez me dijo cuál era el santo y seña y la orden concreta del teniente de no pasar la guardia bajo cualquier farol. Aquel pueblo de la linde de las provincias de Navarra y La Rioja, no debía tener más de tres bombillas en sus dos calles. Me encontraba allí solo, cuidando el sueño de los soldados en el campamento que, curiosamente, había clavado sus tiendas junto a la tapia del cementerio, por lo que podría decirse que la acampada parecía una prolongación del camposanto. A los cinco minutos en la oscuridad de la noche, el agua me había calado los tuétanos y los ruidos que venían del bosque provocaban en mí una sensación indescriptible. No tardé en oír un rechinamiento constante de madera seca que provenía del interior de una de las callejas de aquél pueblo o caserío, qué más da... El frío me atenazaba y, sin dejar de mirar hacia atrás, decidí ir a ver qué era aquella cosa de sonaba constantemente. Mientras andaba asolado por el miedo y por el frío, el ruido cada vez era más perceptible, así que monté el CETME. A oscuras llegué a una casa abandonada que tenía un portón roto que el viento batía contra la ventana, provocando aquél inquietante sonido. Desde entonces, cuando hay noche fría y lluviosa, suena en mi interior un portón de madera sobre una ventana.

Gelia





Comentarios

Entradas populares de este blog

ULTIMAS TARDES CON GAELIA

MÁS ALLÁ DEL AMOR

PLAN GENERAL CONTABLE