PEDAZOS DE MUERTE


Por qué demonios sus dueños los han abandonado en ese inhóspito lugar” fue lo que se preguntó Galo Aguilar al mirar por la ventanilla derecha del viejo Nissan. Allí, aparcado en el callejón sin salida de la lujosa urbanización, a esas horas de la madrugada. La luz mortecina de la farola daba un ambiente azulado que le invitaba a cerrar los ojos. Después del expediente que le había caído por haber usado la Walther 99 sin demasiados reparos, se veía en la necesidad de hacer trabajos para una agencia que le pagaba los controles a 20 euros la hora. Llevaba horas frente a la casa y no pasaba nada, no salía el maldito Ferrari que les conduciría al centro de la organización. Sacó de la guantera la petaca rellena con un detestable matarratas, que le ayudaba en las interminables horas de tedio. Había llegado a las cinco de la mañana sin ninguna novedad, aparte de dos peleas de gatos y los bultos frente al contendor de las basuras. Salió del Nissan, se acercó para ver qué contenían aquellsa bolsas. Pateó una, pateó la otra, las abrió y comprendió por qué el Ferrari no había salido del garaje.

Gaelia 2015.


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