PREMONICIONES
Cenaba junto a la chimenea de un lugar que no conocía. El calor del
fuego daba una sensación de bienestar que invitaba a permanecer allí
durante mucho tiempo. Las paredes de la estancia eran blancas y casi no
había mobiliario que acompañara a la mesa y las sillas, ni tan
siquiera un televisor. Degustaba con placer la comida que había sobre el
plato y junto a mi estaba mi abuela Carmen que murió en mil novecientos
ochenta y cinco. Me avisaba del peligro que corría mi vida y la de los
míos, aunque no puedo recordar qué mal me acechaba. Yo asentía con
resignación y le decía que no se preocupara pues soy hombre precavido
y todos mis actos están sujetos a un código de prudencia heredado de mi
padre. Me sentía muy bien en aquella situación de abundancia y de
compañía, aunque me asustaba que mi querida abuela me hubiera venido a
visitar con tanta angustia en su cuerpo. Noté unos pequeños golpes sobre
mi brazo derecho, que se encontraba desnudo sobre la tapadera de la
cama. Mi corazón latía con rapidez y un sudor frío empezó a recorrer mi
cuerpo. Me desperté sobresaltado y vi que mi niño se encontraba junto a
mi. En voz baja, para no despertar a su hermana, me dijo: papá, tengo
sed.
Gaelia 2015
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