VANIDAD SUPREMA
Cerró los
ojos y sopló las velas pensando que sus sueños se harían realidad. Anduvo por
la crema, por el chocolate y tumbó las velas. Se sentó sobre una fresa a la que
no soportaba. Y es que no había nada que le irritara más, que la mirada
arrogante de una fresa ácida. En su trono sentada, vio trocitos de manzana y
pensó que esa no era fruta para estar allí, junto a ella y las fresas. Tan roja
y brillante lucía que antes de darse cuenta fue disfrutada y deleitada, poco a
poco, mezclada entre la saliva y la lengua, como cualquier guinda de una
deseada tarta.
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