FRANCO HA MUERTO
En esos días todos estábamos nerviosos
porque esperábamos el fatal desenlace. Según decían mis padres, “lo tienen enchufado a una máquina”. Yo no sabía
muy bien qué querían decir. Por aquel otoño de 1975 tenía ocho años y solamente
pensaba en jugar al fútbol y en ver el Gran Circo de Televisión Española, por
lo que solamente sabía que Franco estaba muy enfermo y se iba a morir pronto
como se murió el abuelo Manuel en el pueblo. De vez en cuando en el parte de la
primera cadena, el presentador con su pañuelo que recuerdo que sobresalía del
bolsillo de la pechera informaba de las hemorragias internas que presentaba el
paciente y del “equipo médico habitual”
Fue un veinte de noviembre. Esa mañana, el
cielo del extrarradio barcelonés era un cielo plúmbeo y denso. Quizás es una
sensación o tal vez sea real, pero
recuerdo el frío de esos otoños como si fueran inviernos de los de ahora porque
en el Mediterráneo hace mucho tiempo que no tenemos inviernos. Me levanté para
ir al colegio como cada mañana. Me vestí, me mojé el pelo y me lo aplasté,
dejando el flequillo justo por encima de los ojos. Me puse la bata de rayas
azules y blancas, las habituales en los colegios nacionales que eran los
colegios donde íbamos los niños de las familias obreras. En esos colegios nos
almacenaban como se hacía con el ganado. Casi nadie estudiaba y se puede decir
que crecíamos asilvestrados, frente al crucifijo, el mapa mundi y la foto del
Jefe del Estado.
Me tocaba ir a buscar el pan, pues mi
hermano y yo nos turnábamos. Mi hermano, aunque era mayor, nunca me ayudaba a
vivir, más bien siempre hacía lo posible por hacerme sufrir. Con el tiempo he
comprendido que padecía el síndrome del rey destronado y a esa edad veía en mí al capullo que
acaparaba todas las atenciones de mis padres.
Eran las ocho y media de la mañana. Mi
madre me dio veinticinco pesetas, la talega del pan y me encargó que trajera
dos de medio y una de cuarto. Al salir por la puerta del piso y bajar por la
escalera, oí a la madre de mi vecino Rafa decir voceando: “¡Franco ha muerto!.
¡Franco ha muerto!”. No sé si fui a buscar el pan o no. Quizás mi madre por
prudencia me dijo que no fuera a la panadería o tal vez fui, quién sabe. Lo que
sí sé es que tuvimos tres días de fiesta por luto nacional. Y vaya si lo
celebramos.
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